viernes, 26 de noviembre de 2010

26 de noviembre:San Leonardo de Puerto Mauricio

Sacerdote de la Primera Orden (1676‑1751).

San Leonardo fue proclamado por la Iglesia como Patrono de los misioneros entre fieles, por la orientación particular que dio a su apostolado y por la amplitud de su obra misionera, que se extendió a todas las ciudades de la península italiana. Nació en Puerto Mauricio en Liguria en 1676 y fue bautizado con el nombre de Pablo Jerónimo;  frecuentó en Roma el colegio gregoriano. Entró joven aún en la Orden de los Hermanos Menores, proponiéndose desde el noviciado imitar lo más fielmente posible la vida del Seráfico Padre San Francisco. Y lo logró perfectamente, sobre todo en la penitencia que llegaba al heroísmo, en la altísima contemplación y en el celo apostólico.
Ordenado sacerdote el 23 de septiembre de 1702. Pasaba su vida en la oración y el estudio, pues fue nombrado profesor de filosofía de los clérigos de su convento-retiro de San Buenaventura al Palatino. Pero al enfermarse de tuberculosis debió abandonar este oficio y los médicos lo enviaron a respirar el aire de su tierra natal en las playas de la Liguria. Mientras la ciencia se mostraba inútil, él se dirigió a la Santísima Virgen y le prometió que si se curaba, dedicaría todas sus energías a  la predicación de misiones en su patria. Escuchada su oración, una vez curado cumplió su promesa y  por más de 40 años se dedicó a la predicación con grandísimo provecho para las almas, escogiendo como temas las grandes verdades cristianas, una vez más siguiendo la amonestación de Francisco. Ya desde su sola presentación, su figura era una predicación: austero, delgado y ardiente en fe y amor. La retórica de San Leonardo, muy acorde con la época, no rehuía los signos exteriores que golpearan y movieran a la contrición, a las lágrimas, a la abundancia de los afectos. En este clima se sitúa la gran devoción del Via Crucis, del cual fue el más eminente y convencido propagador y del cual difundió numerosos cuadros. Dejó algunas obras escritas, desde simples propósitos, hasta obras de ascética y de predicación.
La característica principal de San Leonardo fue su predicación que tenía algo de dramático y de trágico. Turbas inmensas acudían a escucharlo y quedaban impresionadas por su ardiente palabra, que llamaba a la penitencia y a la piedad cristiana. San Alfonso María de Ligorio decía: “Es el más grande misionero de nuestro siglo”. Con frecuencia el auditorio entero durante sus predicaciones prorrumpía en sollozos. Predicó en toda Italia, pero la región más frecuentada fue la Toscana, a causa del jansenismo, que él quería combatir ante todo con el ardor de su corazón, luego con sus temas más eficaces, a saber, el del nombre de Jesús, de la Virgen y el Via Crucis. En una misión suya en Córcega, los bandidos de esta isla atormentada hicieron descargas de sus arcabuces al aire, gritando: “Viva fray Leonardo, viva la paz!”.
Consumido por las fatigas misioneras, fue llamado finalmente a Roma, donde, con sus apasionadas predicaciones, a las cuales asistía hasta el Papa, preparó el clima espiritual para el jubileo de 1750. En aquella ocasión erigió el Via Crucis en el coliseo, declarando sagrado aquel lugar santificado por la sangre de los mártires. Luego se trasladó a predicar en la región de Bolonia; la misión de Monghidoro fue su último trabajo. Regresó a Roma, y el 26 de noviembre de 1751, a los 75 años de edad, concluyó su vida de auténtico misionero en San Buenaventura al Palatino. Para controlar a la multitud que quería ver al Santo y llevar reliquias suyas, fue necesario emplear soldados. “Perdimos un amigo en la tierra, dijo el papa Lambertini, pero ganamos un Santo en el cielo”.

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