La paz: Una urgencia
Así
lo grita nuestro mundo lacerado por las guerras y por todo género de violencia.
San Francisco de Asís es un hombre pacífico, un pregonero y un trabajador
incansable de la paz. Seguidor de Jesús y de su evangelio, desea vivir con
todas sus fuerzas el espíritu de las bienaventuranzas y el encargo de Jesús a
los apóstoles de anunciar la paz, signo de la presencia de su Reino.
“Dichosos
los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9). San Francisco lo
comenta: “Son verdaderamente pacíficos aquellos que, en medio de todas las
cosas que padecen en este mundo, conservan la paz en su alma y en su cuerpo,
por el amor de nuestro Señor Jesucristo” (Admonición 15). Para Francisco
sólo desde una disposición interior que se hace cargo de las circunstancias,
especialmente las adversas, puede acogerse el don de la paz del Crucificado, y
llegar a ser verdaderamente pacíficos. Así, el ser pacíficos supone el amor, la
paciencia, el perdón, la misericordia, ante el sufrimiento y la violencia
padecidos, a ejemplo de Cristo. Esta convicción de Francisco se plasma en su
intervención para restablecer la paz entre el alcalde y el obispo de Asís. Al
igual que también trató de poner paz entre las gentes de Perusa, Arezzo,
Bolonia y otros lugares. El caso de Asís lo indujo a añadir una estrofa al Cántico
de las criaturas: “Loado seas, mi Señor, por los que perdonan por tu amor,
y soportan la enfermedad y la tribulación. Dichosos aquellos que las soportarán
en paz, pues por ti, Altísimo, coronados serán” (Cántico 10-11).
Es
decir, la paz sólo puede alcanzarse desde la reconciliación que pasa por el
perdón.
San
Francisco siempre que predicaba, antes de proponer la palabra de Dios a los
presentes, les deseaba la paz con este saludo: “El Señor os de la paz”. Y a sus compañeros les insistía que debían
ir por el mundo de manera pacífica. Les enseñaba a decir primero en cualquier
casa que entrasen: “paz a esta casa”.
Este saludo es más que una fórmula de cortesía, constituye el fiel reflejo de la
manera de ser y de estar de Francisco y sus hermanos en medio de la gente. Por
este motivo Francisco les insistía: “Que la paz que anunciáis de palabra, la
tengáis, y en mayor medida, en vuestros corazones. Que ninguno se vea provocado
por vosotros a ira o escándalo, sino que por vuestra mansedumbre todos sean
inducidos a la paz, a la benignidad y a la concordia.”
Según
esta advertencia, solo puede anunciarse la paz que se tiene en el corazón. Sin
la paz interior de nada sirve anunciar la paz, ni trabajar por ella. Resulta
estéril.
San
Francisco estaba muy convencido, según cuenta en su Testamento, que el
anuncio de la paz es la misión que le ha encargado el mismo Señor desde el
inicio de su conversión: “El Señor me reveló que dijésemos este saludo: El
Señor te de la paz” (Testamento 23).
Por
tanto, este anuncio de la paz, aparejado de manera indisoluble a la manera de
comportarse de manera pacífica, es la puesta en práctica de una inspiración
divina personal, que se amolda al seguimiento del mandato de Jesús a los
apóstoles. Forma parte del corazón de la forma de vida de San Francisco y sus
hermanos.
Seguro
que, si escuchamos a San Francisco y repasamos su vida, podremos sacar
criterios prácticos para aplicarlos en nuestro tiempo a la hora de buscar la
paz, siempre que lo hagamos con sinceridad o pureza de corazón, porque él nos
lleva a la raíz del asunto.
Tal
vez algún lector eche de menos una alusión a la famosa oración “Haz de mi un instrumento de tu paz”.
Sin ánimo de defraudar a nadie, se trata de una plegaria atribuida a Francisco
que, aunque se acomoda muy bien a su espíritu, no la compuso él. Lo que no
impide que se siga rezando, todo lo contrario, pues traduce sus vivencias a un
lenguaje más cercano al nuestro.
Y
a propósito de oración: la paz es un don de Dios y tarea del hombre, que
debemos buscar y correr tras ella, como dice el salmista. Más aún, Dios nos ha
reconciliado por medio de Cristo. En el momento presente urge pedir a Dios por
la paz entre las naciones, entre las personas, y en los corazones de cada uno;
para que nuestros esfuerzos y trabajos por la paz no resulten vanos.
En
la fiesta de San Francisco: Paz y bien a todos.
Fr.
Miguel Ángel Lavilla Martín