Fray Plácido Cortese, franciscano conventual Fiel a Cristo
Cuentan los que le conocieron que no tenía aspecto de héroe. Era pequeño y delgado. ¡Pero con una fe y una fuerza como para mover montañas!. Nicolás (Plácido) Cortese había nacido en la isla de Cherso, en Istria, actual Croacia. Muy joven entró en el seminario de los Frailes Menores Conventuales de la provincia de Padua. En su profesión religiosa tomó el nombre de Plácido. Después de realizar los estudios en Padua y en Roma, fue ordenado sacerdote y al poco tiempo se le encargó la dirección de la revista “El Mensajero de san Antonio”. Pero su verdadera misión transcurrió por otros caminos...
En 1944 media Italia estaba ocupada por los nazis. Durante la guerra, el delegado pontificio para la Basílica de san Antonio, el cardenal Borgongini Duca, le había encomendado la misión de asistir a los prisioneros eslavos (conocía bien el croata), hebreos, etc., del campo de concentración construido en las afueras de Padua, en la localidad de Chiesanuova. Fueron cientos los que, a través de la “red secreta de caridad”, creada por fray Plácido, consiguieron escapar de Italia, refugiándose en Suiza. Para hacerlos escapar el padre Plácido con sus colaboradores falsificaba los documentos de identidad, tomando las fotos de los ex-votos de la tumba de san Antonio. Cuenta un testigo que una vez le vio llorar porque no podía ayudar a todos los que se lo pedían.
Los alemanes comenzaron a sospechar de él, considerándolo un protector de los perseguidos políticos. Sin embargo, “fray Zoppino” (nombre secreto con el que era conocido entre sus colaboradores) -según cuenta un colaborardor suyo, hoy farmaceútico jubilado- seguía escondiendo bajo el hábito el pan de los pobres y distribuyéndolo entre las familias de los prisioneros. El 8 de octubre de 1944 se ausentó misteriosamente del convento. Poco después se supo que la Gestapo lo había detenido, trasladándolo a la ciudad fronteriza de Trieste. Algunos testigos presenciales han relatado que durante los interrogatorios, a pesar de las tremendas palizas (le rompieron los dedos de las manos), asumió toda la responsabilidad y no reveló ningún nombre. Por las noches, sus compañeros de prisión le oían rezar en voz baja.
Pero, ¿de qué le acusaban? Según cuenta Lidia Martini Sabbadin, testimonio del proceso y colaboradora suya, era acusado de proteger a tantos hebreos y de facilitarles la huida a Suiza a través de Milán; también de solidarizarse con el grupo Fra-Ma, Franceschini-Marchesi, dos conocidos profesores de la Universidad de Padua que en el 1944 habían creado este grupo de ayuda a refugiados eslovenos, croatas... que los nazis consideraban partisanos comunistas. Recuerda, también, Lidia Martini, su colaboradora: “cuando entraba en la Basílica de san Antonio, fingía que me acercaba a su confesionario para confesarme, sin embargo lo que hacía era pedirle dinero y fotos para falsificar los documentos. Usaba frases del tipo: necesitamos diez escobas, doce ramos de flores, etc. El me acompañaba hasta la tumba del Santo y me ayudaba a localizar entre los ex-votos las fotos que podían sernos útiles”.
En la prisión de Trieste se encontró con algunos colaboradores suyos, como por ejemplo Janez Ivo Gregorc, que logró sobrevivir. Testigo del proceso, recuerda que cuando encontró al padre Plácido, “le había golpeado duramente, sus ropas estaban manchadas de sangre”. Y continúa: “Tengo aún grabadas en mi memoria sus manos deformadas por los golpes y, sin embargo, unidas en oración. Me animó a ser fiel, a confiar en el Señor y a no traicionar a nadie”. Otro compañero de prisión, un célebre pintor esloveno llamado Anton Zoran Music, recuerda que encontró al padre Plácido en la prisión de la Plaza Oberdan de Trieste. “Era una persona esquisita. Siempre con una actitud humilde y silenciosa. A pesar de las torturas no perdía la esperanza y animaba al resto de prisioneros. Rezaba siempre en voz baja, a pesar de que le habían roto todos los dedos de las manos. Me impresionaba la firmeza y la capacidad de resistencia de aquel pequeño fraile”.
Alrededor del 15 de noviembre la Gestapo, no consiguiendo que revelara ningún tipo de información, le sacó los ojos, le cortó la lengua y lo sepultó vivo. Tenía 37 años. Preguntado el padre Pío de Pietralcina acerca del padre Plácido a través de una religiosa, sor Faustina Fasan, éste respondió: “diga a los frailes del Santo, que no busquen al padre Plácido porque está en el cielo por su gran caridad”.
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