Queridos Hermanos: Paz y Bien.
Comenzamos el Tiempo de Adviento,
tiempo en que la Iglesia nos invita a recuperar la actitud de la Esperanza.
Cuanto nos cuesta hoy vivir la
espera, siempre queremos las cosas “YA”, pero no siempre, en la vida es así.
La culpa, diría más de uno, la
tiene Amazon. Desde que comprar algo es tan fácil, tan directo y, sobre todo,
llega tan pronto, cuesta mucho más tener paciencia, esperar. Nos ocurre cada
vez que pedimos algo: ¡que llegue cuanto antes! Queremos que se materialice de
inmediato y que ya podamos disfrutarlo, aunque no tengamos necesidad.
Aumenta nuestra ansiedad que, de
todas formas, se acaba en cuanto llega el paquete… para volver a aparecer con
el siguiente pedido. De hecho, a través de nuestros móviles podemos incluso
hacer un seguimiento en tiempo real de dónde está nuestro paquete.
Los que nos decimos cristianos y
hemos recibido esta tradición estamos también totalmente contaminados por esta
tendencia.
Lo que ocurre es que deberíamos ser "EXPERTOS EN ESPERAR”, pero nos cuesta mucho, y ese esperar no encaja en nuestro mundo.
En realidad, las esperas de las que estamos hablando son larguísimas: ya para los antiguos judíos la espera duró…¡siglos!
Me pregunto si nuestra sociedad del disfrute efímero será capaz de seguir esperando.
Lo que ocurre es que deberíamos ser "EXPERTOS EN ESPERAR”, pero nos cuesta mucho, y ese esperar no encaja en nuestro mundo.
En realidad, las esperas de las que estamos hablando son larguísimas: ya para los antiguos judíos la espera duró…¡siglos!
Me pregunto si nuestra sociedad del disfrute efímero será capaz de seguir esperando.
A veces nos ocurre que, esperando,
nos ponemos muy nerviosos… pero de otra forma. Si estamos esperando a alguien
en el aeropuerto, podemos estar inquietos por si nos ponen una multa o si nos hemos
confundido de terminal. Aún más si estás esperando a alguien importante.
El que espera… des-espera
No es fácil espera, puesto que implica PACIENCIA, SERENIDAD y, sobre todo, CONFIANZA. Es evidente que no esperamos igual si el
resultado que aguardamos es bueno o si es algo que nos preocupa. A veces, incluso, estamos
nerviosos sin saber muy bien por qué, o sin querer saberlo, y necesitamos alguna
actividad que nos devuelva la alegría, que nos permita ver la vida con esperanza.
En la película ‘Un don excepcional’
lo representan con mucho acierto. La niña protagonista acaba de tener un gran
disgusto y a su tío y tutor se le ocurre llevarla a un lugar que muchos no relacionaríamos,
precisamente, con la alegría: la fría sala de espera de un hospital.
Allí, tras varias horas de monotonía
y aburrimiento, la protagonista por fin ve por qué era importante estar ahí: una
familia, a la que no conocen de nada, está también esperando… el nacimiento de un bebé.
Y, finalmente, sin diálogo, sin efectos ni alharacas, es evidente que todo ha
salido bien y que ha nacido un nuevo miembro de la familia.
El cansancio ya no importa: la
alegría y la esperanza hacen bailar, cantar, disfrutar y emocionarse. La propia niña
protagonista, que se ha dedicado a renegar de estar allí perdiendo el tiempo, siente ese gozo
y lo hace vida, aunque los padres sean unos desconocidos.
Intentemos hacer una lectura desde la
fe de la escena: un nacimiento es un acontecimiento maravilloso, de esos
que causan alegría, aunque no queramos, incluso aunque no nos toque de cerca, como le
pasa a la niña. Nosotros en el Adviento recordamos (es decir, volvemos a
pasar por el corazón) un nacimiento de hace más de 2000 años, en un lugar remoto de un
Imperio largamente destruido. No solo es lejano, sino que se puede
convertir en algo tan repetitivo, tan rutinario, que deje de decirnos nada. Si no podemos
“volvernos niños” (¿a que es muy diferente la Navidad cuando hay niños en casa que
cuando no hay?), necesitaremos otras herramientas para prepararnos
debidamente, es decir, para no des-esperar, sino tener esperanza.
Que el Señor nos conceda la gracia de
saber esperar y sobre todo esperarle a Él que viene a nuestro encuentro.
¡FELIZ ADVIENTO A TODOS!
Vuestro
Párroco
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