Lecturas Domingo de Ramos Ciclo C, 10 de abril de 2022
PASIÓN Y MUERTE DE JESUS
Evangelio
Lectura del santo Evangelio según san
Lucas 19, 28-40
En aquel tiempo, Jesús echó a andar
delante, subiendo hacia Jerusalén.
Al acercarse a Betfagé y Betania, junto
al monte llamado de los Olivos, mandó a dos discípulos, diciéndoles:
—«Id a la aldea de enfrente; al entrar,
encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y
traedlo. Y si alguien os pregunta: «¿Por qué lo desatáis?», contestadle: «El
Señor lo necesita»».
Ellos fueron y lo encontraron como les
había dicho. Mientras desataban el borrico, los dueños les preguntaron: «¿Por
qué desatáis el borrico?».
Ellos contestaron:
—«El Señor lo necesita».
Se lo llevaron a Jesús, lo aparejaron
con sus mantos y le ayudaron a montar.
Según iba avanzando, la gente alfombraba
el camino con los mantos.
Y, cuando se acercaba ya la bajada del
monte de los Olivos, la masa de los discípulos, entusiasmados, se pusieron a
alabar a Dios a gritos, por todos los milagros que habían visto, diciendo:
—«¡Bendito el que viene como rey, en
nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto».
Algunos fariseos de entre la gente le
dijeron: «Maestro, reprende a tus discípulos».
El replicó:
—«Os digo que, si estos callan, gritarán
las piedras».
Palabra del Señor.
PRIMERA
LECTURA
Lectura del libro de Isaías 50, 4-7
a lengua de iniciado,
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: Salmo 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24
R. Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?
SEGUNDA
LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 2, 6-11
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san
Lucas 22, 14—23, 56
C. Llegada la hora, se sentó Jesús con
sus discípulos y les dijo:
—«He deseado enormemente comer esta
comida pascual con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la
volveré a comer, hasta que se cumpla en el reino de Dios».
C. Y, tomando una copa, pronunció la
acción de gracias y dijo:
—«Tomad esto, repartidlo entre vosotros;
porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid, hasta que venga
el reino de Dios».
Haced esto en memoria mía
C. Y, tomando pan, pronunció la acción
de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo:
—«Esto es mi cuerpo, que se entrega por
vosotros; haced esto en memoria mía».
C. Después de cenar, hizo lo mismo con
la copa, diciendo:
—«Esta copa es la nueva alianza, sellada
con mi sangre, que se derrama por vosotros».
¡Ay de ése que entrega al Hijo del hombre!
—«Pero mirad: la mano del que me entrega
está con la mí
a en la mesa. Porque el Hijo del hombre se va, según lo
establecido; pero, ¡ay de ése que lo entrega!».
C. Ellos empezaron a preguntarse unos a
otros quién de ellos podía ser el que iba a hacer eso.
Yo estoy en medio de vosotros como el que
sirve
C. Los discípulos se pusieron a disputar
sobre quién de ellos debía ser tenido como el primero. Jesús les dijo:
—«Los reyes de las naciones las dominan,
y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis
así, sino que el primero entre vosotros pórtese como el menor, y el que
gobierne, como el que sirve.
Porque, ¿quién es más, el que está en la
mesa o el que sirve? ¿Verdad que el que está en la mesa? Pues yo estoy en medio
de vosotros como el que sirve.
Vosotros sois los que habéis perseverado
conmigo en mis pruebas, y yo os transmito el reino como me lo transmitió mi
Padre a mí: comeréis y beberéis a mi mesa en mi reino, y os sentaréis en tronos
para regir a las doce tribus de Israel».
Tú, cuando te recobres, da firmeza a tus
hermanos
C. Y añadió:
—«Simón, Simón, mira que Satanás os ha
reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no
se apague. Y tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos».
C. Él le contesto:
S. —«Señor, contigo estoy dispuesto a ir
incluso a la cárcel y a la muerte».
C. Jesús le replicó:
—«Te digo, Pedro, que no cantará hoy el
gallo antes que tres veces hayas negado conocerme».
Tiene que cumplirse en mí lo que está
escrito
C. Y dijo a todos:
—«Cuando os envié sin bolsa, ni alforja,
ni sandalias, ¿os faltó algo?».
C. Contestaron:
S. —«Nada».
C. Él añadió:
—«Pero ahora, el que tenga bolsa que la
coja, y lo mismo la alforja; y el que no tiene espada, que venda su manto y
compre una. Porque os aseguro que tiene que cumplirse en mí lo que está
escrito: «Fue contado con los malhechores». Lo que se refiere a mí toca a su
fin».
C. Ellos dijeron:
S. —«Señor, aquí hay dos espadas».
C. Él les contesto:
—«Basta».
En medio de su angustia, oraba con más
insistencia
C. Y salió Jesús, como de costumbre, al
monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les
dijo:
—«Orad, para no caer en la tentación».
C. Él se arrancó de ellos, alejándose
como a un tiro de piedra y, arrodillado, oraba, diciendo:
—«Padre, si quieres, aparta de mí ese
cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya».
C —Y se le apareció un ángel del cielo,
que lo animaba. En medio de su angustia, oraba con más insistencia. Y le bajaba
hasta el suelo un sudor como de gotas de sangre. Y, levantándose de la oración,
fue hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la pena, y les dijo:
—«¿Por qué dormís? Levantaos y orad,
para no caer en la tentación».
Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del
hombre?
C. Todavía estaba hablando, cuando
aparece gente; y los guiaba el llamado Judas, uno de los Doce. Y se acercó a
besar a Jesús.
Jesús le dijo:
—«Judas, ¿con un beso entregas al Hijo
del hombre?».
C. Al darse cuenta los que estaban con
él de lo que iba a pasar, dijeron:
S. —«Señor, ¿herimos con la espada?».
C. Y uno de ellos hirió al criado del
sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha.
Jesús intervino, diciendo:
—«Dejadlo, basta».
C. Y, tocándole la oreja, lo curó. Jesús
dijo a los sumos sacerdotes y a los oficiales del templo, y a los ancianos que
habían venido contra él:
—«¿Habéis salido con espadas y palos,
como a la caza de un bandido? A diario estaba en el templo con vosotros, y no
me echasteis mano. Pero ésta es vuestra hora: la del poder de las tinieblas».
Pedro, saliendo afuera, lloró amargamente
C. Ellos lo prendieron, se lo llevaron y
lo hicieron entrar en casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos.
Ellos encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor, y Pedro se
sentó entre ellos.
Al verlo una criada sentado junto a la
lumbre, se lo quedó mirando y dijo:
S. —«También éste estaba con él».
C. Pero él lo negó, diciendo:
S. —«No lo conozco, mujer».
C. Poco después lo vio otro y le dijo:
S. —«Tú también eres uno de ellos».
C. Pedro replicó:
S. —«Hombre, no lo soy».
C. Pasada cosa de una hora, otro
insistía:
S. —«Sin duda, también éste estaba con
él, porque es galileo».
C. Pedro contestó:
S. —«Hombre, no sé de qué me hablas».
C. Y, estaba todavía hablando, cuando
cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se
acordó de la palabra que el Señor le había dicho: «Antes de que cante hoy el
gallo, me negarás tres veces». Y, saliendo afuera, lloró amargamente.
Haz de profeta; ¿Quién te ha pegado?
C. Y los hombres que sujetaban a Jesús
se burlaban de él, dándole golpes.
Y, tapándole la cara, le preguntaban:
S. —«Haz de profeta;¿quién te ha
pegado?».
C. Y proferían contra él otros muchos
insultos.
Lo hicieron comparecer ante su Sanedrín
C. Cuando se hizo de día, se reunió el
senado del pueblo, o sea, sumos sacerdotes y escribas, y, haciéndole comparecer
ante su Sanedrín, le dijeron:
S. —«Si tú eres el Mesías, dínoslo».
C. Él les contesto:
—«Si os lo digo, no lo vais a creer; y
si os pregunto, no me vais a responder.
Desde ahora, el Hijo del hombre estará
sentado a la derecha de Dios todopoderoso».
C. Dijeron todos:
S. —«Entonces, ¿tú eres el Hijo de
Dios?».
C. Él les contestó:
—«Vosotros lo decís, yo lo soy».
C. Ellos dijeron:
S. —«¿Qué necesidad tenemos ya de
testimonios? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca».
C. Se levantó toda la asamblea, y
llevaron a Jesús a presencia de Pilato.
No encuentro ninguna culpa en este hombre
C. Y se pusieron a acusarlo, diciendo:
S. —«Hemos comprobado que éste anda
amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y
diciendo que él es el Mesías rey».
C. Pilato preguntó a Jesús:
S. —«¿Eres tú el rey de los judíos?».
C. Él le contestó:
—«Tú lo dices».
C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y
a la gente:
S. —«No encuentro ninguna culpa en este
hombre».
C. Ellos insistían con más fuerza,
diciendo:
S. —«Solivianta al pueblo enseñando por
toda Judea, desde Galilea hasta aquí».
C. Pilato, al oírlo, preguntó si era
galileo; y, al enterarse que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió.
Herodes estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días.
Herodes, con su escolta, lo trató con
desprecio
C. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy
contento; pues hacía bastante tiempo que quería verlo, porque oía hablar de él
y esperaba verle hacer algún milagro. Le hizo un interrogatorio bastante largo;
pero él no le contestó ni palabra.
Estaban allí los sumos sacerdotes y los
escribas acusándolo con ahínco.
Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio
y se burló de él; y, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato.
Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes se llevaban
muy mal.
Pilato entregó a Jesús a su arbitrio
C. Pilato, convocando a los sumos
sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, les dijo:
S. —«Me habéis traído a este hombre,
alegando que alborota al pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de
vosotros, y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas que le
imputáis; ni Herodes tampoco, porque nos lo ha remitido: ya veis que nada digno
de muerte se le ha probado. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».
C. Por la fiesta tenía que soltarles a
uno. Ellos vociferaron en masa, diciendo:
S. —«¡Fuera ése! Suéltanos a Barrabás».
C. A éste lo habían metido en la cárcel
por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra
con intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando:
S. —«¡Crucifícalo, crucifícalo!».
C. Él les dijo por tercera vez:
S.—«Pues, ¿Qué mal ha hecho éste? No he
encontrado en él ningún delito que merezca la muerte. Así es que le daré un
escarmiento y lo soltaré».
C. Ellos se le echaban encima, pidiendo
a gritos que lo crucificara; e iba creciendo el griterío.
Pilato decidió que se cumpliera su
petición: soltó al que le pedían (al que había metido en la cárcel por revuelta
y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.
Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí
C. Mientras lo conducían, echaron mano
de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para
que la llevase detrás de Jesús.
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y
de mujeres que se daban golpes y lanzaban lamentos por él.
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:
—«Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí,
llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en
que dirán: «Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los
pechos que no han criado». Entonces empezarán a decirles a los montes:
«Desplomaos sobre nosotros», y a las colinas: «Sepultadnos»; porque, si así
tratan al leño verde, ¿Qué pasara con el seco?».
C. Conducían también a otros dos
malhechores para ajusticiarlos con él.
Padre, perdónalos, porque no saben lo que
hacen
C. Y, cuando llegaron al lugar llamado
«La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha
y otro a la izquierda.
Jesús decía:
—«Padre, perdónalos, porque no saben lo
que hacen».
C. Y se repartieron sus ropas,
echándolas a suerte.
Éste es el rey de los judíos
C. El pueblo estaba mirando.
Las autoridades le hacían muecas,
diciendo:
S —«A otros ha salvado; que se salve a
sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
C. Se burlaban de él también los
soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo:
S. —«Si eres tú el rey de los judíos,
sálvate a ti mismo».
C. Había encima un letrero en escritura
griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos».
Hoy estarás conmigo en el paraíso
C. Uno de los malhechores crucificados
lo insultaba, diciendo:
S. —«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti
mismo y a nosotros».
C. Pero el otro le increpaba:
S. —«¿Ni siquiera temes tú a Dios,
estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago
de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada».
C Y decía:
S. —«Jesús, acuérdate de mí cuando
llegues a tu reino».
C. Jesús le respondió:
—«Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en
el paraíso».
Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu
C. Era ya eso de mediodía, y vinieron
las tinieblas sobre toda la región, hasta la media tarde; porque se oscureció
el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz
potente, dijo:
—«Padre, a tus manos encomiendo mi
espíritu».
C. Y, dicho esto, expiró.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa.
C. El centurión, al ver lo que pasaba,
daba gloria a Dios, diciendo:
S. —«Realmente, este hombre era justo».
C. Toda la muchedumbre que había acudido
a este espectáculo, habiendo visto lo que ocurría, se volvía dándose golpes de
pecho.
Todos sus conocidos se mantenían a
distancia, y lo mismo las mujeres que lo habían seguido desde Galilea y que
estaban mirando.
José colocó el cuerpo de Jesús en un
sepulcro excavado
C. Un hombre llamado José, que era
senador, hombre bueno y honrado (que no había votado a favor de la decisión y
del crimen de ellos), que era natural de Arimatea, pueblo de Judea, y que
aguardaba el reino de Dios, acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y,
bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la
roca, donde no habían puesto a nadie todavía.
Era el día de la Preparación y rayaba el
sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea fueron detrás a
examinar el sepulcro y cómo colocaban su cuerpo. A la vuelta, prepararon aromas
y ungüentos. Y el sábado guardaron reposo, conforme al mandamiento.
Palabra del Señor.
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