Lecturas V Domingo de Cuaresma Ciclo C, 3 de abril de 2022
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de Isaías 43, 16-21
Así dice el Señor, que
abrió camino en el mar y senda en las aguas impetuosas; que sacó a
batalla carros y caballos, tropa con sus valientes; caían para no
levantarse, se apagaron como mecha que se extingue.
«No recordéis lo de
antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo
nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?
Abriré un camino por
el desierto, ríos en el yermo.
Me glorificarán las
bestias del campo, chacales y avestruces, porque ofreceré agua en el
desierto, ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo, de mi escogido, el
pueblo que yo formé, para que proclamara mi alabanza».
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: Salmo 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6
R. El Señor ha
estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Cuando el Señor cambió la suerte de
Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares. R.
Hasta los gentiles decían: «El Señor
ha estado grande con ellos».
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres. R.
Que el Señor cambie nuestra suerte,
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares. R.
Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas. R.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 3, 8-14
Hermanos:
Todo lo estimo pérdida comparado con la
excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor.
Por él lo perdí todo, y todo lo estimo
basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía, la
de la Ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de
Dios y se apoya en la fe.
Para conocerlo a él, y la fuerza de su
resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte,
para llegar un día a la resurrección de entre los muertos.
No es que ya haya conseguido el premio,
o que ya esté en la meta: yo sigo corriendo a ver si lo obtengo, pues Cristo
Jesús lo obtuvo para mí.
Hermanos, yo no pienso haber conseguido
el premio. Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome
hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al
que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Juan 8, 1-11
En
aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó
de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les
enseñaba.
Los
escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y,
colocándola en medio, le dijeron:
—«Maestro, esta mujer ha sido
sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las
adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y
poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con
el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se
incorporó y les dijo:
—«El que esté sin pecado, que le tire la
primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió
escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo
uno a uno, empezando por los más viejos.
Y quedó sólo Jesús, con la mujer, en
medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó:
—«Mujer, ¿Dónde están tus acusadores?;
¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó:
—«Ninguno, Señor».
Jesús dijo:
—«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
Palabra del Señor
REFLEXIÓN
Mirad a esta mujer. Ha perdido su aire altivo y
no se atreve ni a levantar la cabeza. Esta mujer ha pecado, ha transgredido la
ley y la ley no puede hacer nada por ella. La ley puede denunciar el pecado
pero no puede hacer nada por el pecador.
La mujer está muerta, pues todos esos hombres, que
la desnudan con la mirada, sólo ven en ella a la esposa adúltera. Se la reduce
a su pecado, y ya no puede vivir.
Mirad también a Jesús. En silencio escucha y ve la
dramática situación. Con el dedo escribe en la arena, quiero imaginar lo que
pondría: "estos no se están enterando de nada, amor, amor y misericordia
es lo que he venido a traer". Y Jesús denuncia el juicio. Su astucia
reside en abordar a los fariseos no en el terreno donde ellos atacan, sino en
el de su propia conducta: "Quien esté libre de pecado, que tire la primera
piedra". Hay que ser severos con el error y misericordioso con el errado.
Mirad a los fariseos. No buscan liberar a esta
mujer, les importa muy poco su salvación. Disfrutan siendo jueces de lo ajeno.
Y con las piedras en las manos, señal inequívoca de su dureza de corazón, para
colmo, esperan coger a Jesús en un renuncio. Y uno a uno, tanto jóvenes como
viejos, tiran sus piedras, cierran sus bocas, agachan su mirada y se marchan
consciente de sus pecados aún no reconocidos ni, por lo que se ve, necesitados
de perdón.
Y Jesús la mira, y ella alza su mirada. Es el
cruce de miradas que Dios está dispuesto hacer con todo el que se sienta
pecador: "Mujer ¿ninguno te ha condenado? Tampoco yo te condeno".
Hasta entonces nadie le había hablado. Se había hablado de ella, de su pecado.
Ahora alguien le dirige la palabra sin identificarla con su falta:"mujer".
Y a pesar de tanto derroche de misericordia, el
proceso contra Jesús ya ha comenzado. No se salva la vida de otros sin dar la
propia. Cuando rehabilita a la acusada, Jesús ya está en el monte de los
olivos. De hecho, el juicio ya está pronunciado: matar al liberador mientras
abre el camino de la salvación y el perdón. ¡Quién entiende el corazón del
hombre!
Y Cristo le dice: "yo tampoco te
condeno". No te quedes en el polvo, con los ojos vueltos hacia tu pecado,
pues Dios te llama a la vida, Dios te quiere libre: "anda, en adelante no
peques más".
Y vosotros ¿qué hacéis con vuestros pecados?¿os
acercáis a Dios? o ¿preferís mirar al pecado de los demás?
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