Lecturas IV Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C, 30 de enero de 2022
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de Jeremías 1, 4-5. 17-19
En los días de Josías, recibí esta palabra del Señor:
«Antes de formarte en el vientre, te escogí;
antes de que salieras del seno materno, te consagré:
te nombré profeta de los gentiles.
Tú cíñete los lomos,
ponte en pie y diles lo que yo te mando.
No les tengas miedo,
que si no, yo te meteré miedo de ellos.
Mira; yo te convierto hoy en plaza fuerte,
en columna de hierro, en muralla de bronce,
frente a todo el país:
frente a los reyes y príncipes de Judá,
frente a los sacerdotes y la gente del campo.
Lucharán contra ti, pero no te podrán,
porque yo estoy contigo para librarte».
Oráculo del Señor.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial: Salmo 70, 1-2. 3-4a. 5-6ab. 15ab y 17
R. Mi boca contará tu salvación, Señor.
A ti, Señor, me acojo:
no quede yo derrotado para siempre;
tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
inclina a mí tu oído, y sálvame. R.
Sé tú mi roca de refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú,
Dios mío, líbrame de la mano perversa. R.
Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías. R.
Mi boca contará tu auxilio,
y todo el día tu salvación.
Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas. R.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12, 31-13, 13.
Hermanos:
Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional.
Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden.
Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los secretos y todo el saber, podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada.
Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve.
El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites.
El amor no pasa nunca.
¿El don de profecía?, se acabará. ¿El don de lenguas?, enmudecerá. ¿El saber?, se acabará.
Porque limitado es nuestro saber y limitada es nuestra profecía; pero, cuando venga lo perfecto, lo limitado se acabará.
Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre acabé con las cosas de niño.
Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es por ahora limitado; entonces podré conocer como Dios me conoce.
En una palabra: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande es el amor.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Lucas 4, 21-30
En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga:
—«Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír».
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios.
Y decían:
—«¿No es éste el hijo de José?».
Y Jesús les dijo:
—«Sin duda me recitaréis aquel refrán: «Médico, cúrate a ti mismo»; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún».
Y añadió:
—«Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio».
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejó.
Palabra del Señor.
REFLEXIÓN
1.– JESUS DEFRAUDA A SUS PAISANOS. A todos nos gusta tener un personaje famoso en nuestro pueblo. Y esa idea se habían forjados los paisanos de Nazaret sobre Jesús. Habían oído que había hecho cosas maravillosas en otros lugares y esperaban que, en su pueblo, haría las mismas y aún mayores. Este profeta iba a engrandecer Nazaret, a hacerlo famoso, de modo que vendrían a visitarlo de todas partes. Por fin había llegado el momento en que Nazaret iba a dejar de ser un pueblo insignificante “del cual no podía salir nada bueno”. (Jn. 1,46). Pero estos sueños pronto van a desvanecerse porque está haciendo cosas que no les gusta. Ya el Domingo anterior habíamos visto el disgusto de sus paisanos al no citar completo el texto de Is. 61,1-2. Había suprimido el “día de ira y de venganza”. Pero este malestar fue creciendo a medida que iba hablando. Ahora cita a personas que no pertenecen al territorio de Israel. Nombra a Naamán el Sirio y a una viuda de Sarepta. Este nuevo profeta tiene la osadía de decir que Yahvé ya no es sólo del pueblo de Israel sino también de otros pueblos. Esto es intolerable. Por eso, se ponen furiosos y lo llevan hasta un precipicio con intención de despeñarle. Y es que aquel que no es de los nuestros, que no opina como nosotros, hay que echarlo fuera. ¿No nos está pasando a nosotros lo mismo? ¡Qué malas consecuencias traen los nacionalismos exagerados! Y esto en el mundo político y en el religioso. Frente a esta manera tan estrecha de ver la vida y la religión, el profeta Jesús trae un programa maravilloso: Dios es el Padre de todos y hace salir el sol sobre buenos y malos. Y este Padre tiene una casa grande, muy grande, donde caben todos.
2.– JESÚS DEFRAUDA TAMBIEN A SUS DISCÍPULOS. Los discípulos siguieron a Jesús, incluso con alegría y entusiasmo; pero llevaban muy metida en sus cabezas la idea de un mesianismo político y triunfalista. Estaban felices con un Jesús que curaba enfermos, multiplicaba los panes en el desierto y hasta resucitaba muertos. Este era el Mesías “poderoso” que ellos necesitaban para derrocar a los romanos y levantar la choza de David. Pero todo ese prestigio se les viene abajo cuando les habla de un Mesías que tiene que padecer e ir a la Muerte. San Pedro lo aparta para hablarle a solas y decirle que eso de sufrir y morir ¡ni hablar! El Mesías no puede terminar de esa manera. Jesús reacciona y le llama “Satanás”. Tampoco lo entendieron los “hijos del Zebedeo” que mientras Jesús iba camino de Jerusalén, ellos están hablando de “los primeros puestos”. Es muy significativa esa frase corta y tajante del evangelio de Marcos: “Y todos los discípulos le abandonaron y huyeron” (Mc. 14,50). Sabemos que, en este evangelio, los discípulos no dejan a Jesús ni a sol ni a sombra. “Siempre están con Jesús”.
3.– HAY ALGUIEN A QUIIEN JESÚS NUNCA DECEPCIONA. A DIOS, SU PADRE. Nada destaca tanto el pincel de los evangelistas como el encendido y apasionado amor de Cristo al Padre. El Padre es su ilusión, su obsesión, su locura, la razón última y suprema de su vida. Donde está el Padre, allí se siente fuertemente arrastrado. En la alegría y en el dolor; en las horas de oración o de trabajo; en el ajetreo del día o en el silencio de la noche, su único placer es el Padre. «Había en Jesús algo íntimo, un «sancta sanctorum”, al que no tenía acceso ni su misma madre, sino únicamente su Padre. En su alma humana había un lugar, precisamente el más profundo, completamente vacío de todo lo humano, libre de cualquier apego terreno, absolutamente virgen y consagrado del todo a Dios. El Padre era su mundo, su realidad, su existencia, y con él llevaba en común la más fecunda de las vidas» (K. Adán). La norma del obrar de Jesús es ésta: “Yo hago siempre lo que al Padre le agrada” (Jn. 8,29) Jesús entra en este mundo diciendo un sí rotundo y sonoro a Dios. Este sí lo va a continuar a lo largo de toda su vida. Al final de su existencia inclinará la cabeza para pronunciar, por medio de este gesto, su último sí: «E inclinando la cabeza entregó su espíritu» (Jn 19, 30).
PREGUNTAS
1.- Como sacerdote, religioso(a), laico, ¿me siento defraudado por Jesús? ¿Ha colmado todas mis aspiraciones? En caso negativo, ¿a qué se debe? ¿A mi tibieza? ¿A mis expectativas mundanas? ¿A mi falta de fe?
2.- ¿Le creo a Jesús capaz de hacerme plenamente feliz? ¿Qué medios voy a usar para lograrlo?
3.- Como Teresa de Jesús, ¿Me encantaría contentarme con solo contentar a Dios?
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